domingo, 18 de mayo de 2014

LA HISTORIA DE ROSA LOUISE PARKS

No recuerdo cuándo ni dónde leí por primera vez eso de que "las democracias no producen epopeyas", pero desde entonces lo he meditado muchas veces. Y mi mejor conclusión es simplemente retrucar "... ¡cuando funcionan!". Tal cosa no ocurría por cierto en el Sur de los Estados Unidos tan sólo cuarenta años atrás. El estigma del prejuicio y la discriminación racial se hallaba grabado en el cuerpo de la sociedad con la violencia indeleble del hierro candente. En la ciudad de Montgomery, Alabama, una de las tantas paradigmáticas comunidades donde la tradición marcaba el paso, existían leyes segregacionistas aprobadas. Los negros no sólo eran relegados económica y laboralmente, sometidos a una condición de inferioridad permanente, reprimidos por las autoridades y marginados de derechos fundamentales como el voto o la libre expresión, sino que debían sufrir la humillación cotidiana de no poder compartir con los blancos los mismos lugares públicos: escuelas, restaurantes, salas de espera; incluso los baños y bebederos lucían ominosos letreros de "blancos solamente" o "negros no". Era imposible que ciudadanos de las dos razas compartieran un taxi, puesto que los conductores blancos sólo servían a pasajeros blancos, y los negros tenían un sistema especial para ellos. Los autobuses, por ejemplo, estaban divididos con una línea, pero si el sector blanco se completaba, los pasajeros de color debían levantarse para acomodar a los que ascendían. Es llamativo cómo grandes revoluciones pueden comenzar con gestos aparentemente minúsculos y sin importancia. Nunca mejor dicho que en este caso. El 1º de diciembre de 1955, Rosa Parks, una modesta y tranquila costurera, subió al autobús en la Avenida Cleveland camino a casa luego de una larga jornada de trabajo. Tomó asiento detrás del departamento reservado a los blancos, y a medida que recorría las calles observaba cómo el vehículo se llenaba lentamente; al poco tiempo, el chofer se acercó a ella y le ordenó, junto a otros tres negros, que dejaran sus lugares a los pasajeros blancos que acababan de ingresar. No había otros asientos libres, así que tendría que ceder su sitio a un varón blanco y proseguir de pie el resto del trayecto. En una reacción sin precedentes para la comunidad de Montgomery, la señora Parks, serena pero firmemente, se negó. El resultado inmediato fue su detención. La noticia circuló como reguero de pólvora por la ciudad, y la imagen de la policía arrestando a una mujer de porte humilde y equilibrado, de la que no podía imaginarse ni sombra de provocación, causó su impacto. Pronto los líderes negros se pusieron en campaña, y la circunstancia hizo surgir en la escena al joven pastor de una iglesia bautista local, quien, desconocido hasta ese momento, sería luego admirado en todo el mundo como uno de los máximos paladines de los derechos civiles del siglo XX: el Reverendo Martin Luther King Jr. El clérigo no sólo traía consigo el carisma y la voluntad inquebrantable, sino también un método de lucha: la resistencia pacífica concebida por el Mahatma Gandhi para expulsar al Imperio Británico de la India. Determinaron llevar a cabo un boicot a los autobuses. Clandestinamente diseminaron un panfleto instando a la comunidad negra a abstenerse de usar el servicio a partir de la mañana del 5 de diciembre. Y el efecto fue fulminante. Puesto que dos tercios de los usuarios eran de color, los autobuses viajaban vacíos como fantasmas; la gente caminaba hasta sus lugares de trabajo, a veces recorriendo ocho o nueve kilómetros, o se organizaba colectivamente en taxis y autos particulares. Todo se realizó en silencio, sin incidentes y con la cabeza alta. Cuando se les preguntaba cómo se sentían, algunos negros contestaban: "Mis pies, cansados; mi alma: ¡liberada!". La protesta atrajo la atención de todo el país, pero lo que comenzó siendo una acción casi espontánea acabó en un movimiento prolongado que puso a prueba la madurez de toda una colectividad. Los blancos no relegarían fácilmente sus privilegios; habría arduas negociaciones, procesos legales, amenazas telefónicas y personales, arbitrariedades y represión manifiesta, y la aparición siempre cobarde e intimidatoria del ominoso Ku Klux Klan. El propio Martin Luther King fue encarcelado, su casa bombardeada y su reputación jaqueada con calumnias. Sin embargo, no cejó, y la comunidad negra tampoco. Fueron once meses de paciencia y orgullo tenaz, hasta que la resistencia dio sus frutos: el 13 de noviembre de 1956 la Suprema Corte de la Nación declaró inconstitucionales las leyes referentes a la segregación de los autobuses en Alabama. Lejos de festejar una victoria, el reverendo King proclamó una toma de conciencia general para evitar todo tipo de euforia y mantener las normas de cordialidad y no violencia durante el proceso de integración de los vehículos públicos. El triunfo estaba asegurado, pero la lucha por liberar al país del racismo y la opresión apenas comenzaba. El epílogo de la gesta de Montgomery aún pone lágrimas en los ojos de algunos viejos. Vencido moral y legalmente, el Ku Klux Klan reinició las hostilidades mediante una política sistemática de amenazas. Cuarenta coches repletos de encapuchados con sus distintivos atavíos se propusieron recorrer las avenidas del barrio negro. Esperaban que, como siempre, el miedo metiera a las víctimas en sus casas. No hubo tal cosa. Hallaron al pueblo volcado en las calles, cientos de miradas calmas pero resueltas que los enfrentaban en cada acera y cada esquina; hombres, mujeres y niños confiados en el nuevo respeto a sí mismos que habían ganado a pulso... Sin saber cómo reaccionar ante la sorpresa, la caravana del terror dio la vuelta y se marchó por donde vino. Parks tuvo que pagar sus consecuencias durante mucho tiempo. Nadie le daba trabajo, y su marido sufrió un ataque de nervios tras eternas llamadas de amenaza. El matrimonio se trasladó a Detroit, donde Rosa volvió a trabajar como costurera. En 1965, le ofreció trabajo en su oficina el congresista y defensor de los derechos cívicos John Conyers, y junto a él permaneció hasta que se jubiló, en 1988. También entonces siguió implicándose en la lucha de los derechos ciudadanos, pero a pesar de su fama tuvo que recibir ayuda financiera de la iglesia durante su vejez. En el 2004 Rosa Louise Parks sufrió demencia, y a los 92 años murió un 24 de octubre de 2005. Fue la primera estadounidense a la que se veló en el Capitolio de Washington. En todo Estados Unidos, las banderas ondearon a media asta.

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