miércoles, 4 de enero de 2012

Escucha por favor lo que te digo.

No te dejes engañar por mí. No te engañen mis apariencias. Porque son sólo una máscara,
tal vez mil máscaras, que me da miedo quitarme, aunque ninguna de ellas me represente.
Aparento sentirme seguro, que todo va de maravilla, tanto dentro como fuera; aparento ser
la confianza personalizada, poseer la calma como una segunda naturaleza, controlar la
situación y no necesitar de nadie.

Pero no me creas, te lo ruego. Exteriormente puedo apareces tranquilo; sin embargo, lo
que ves es una máscara. Debajo, escondido, está mi verdadero yo de confusión, en el
miedo, en la soledad.

Pero lo escondo. No quiero que nadie lo sepa. Me invade el pánico ante el solo pensamiento
de mostrarlo.

Por eso necesito constantemente crear una máscara que me oculte, una imagen pretenciosa
que me proteja de la mirada perspicaz.

Pero, precisamente esa mirada es mi salvación. Mi única salvación. Y yo lo sé.

Mas, cuando viene acompañada de la aceptación, del amor, entonces se convierte en lo único
que puede liberarme de mí mismo, del mecanismo de barreras que he levantado; lo único que
puede asegurarme de algo de lo que no logro convencerme a mí mismo: de que en verdad
tengo algún valor.

Pero esto no te lo digo. No tengo valor para ello. Temo que tu mirada no venga acompañada de
la aceptación, del amor. Temo, quizá, que no me tomes en serio y que tu sonrisa acabe
matándome. Tengo miedo, en el fondo, de no valer nada, y que tú te des cuenta y me rechaces.

Entonces sigo con mi juego de pretensiones desesperadas, con apariencia de seguridad por
fuera y como un niño tembloroso por dentro.

Exhibo mi desfile de máscaras, y dejo que mi vida se vuelva una ficción. Te cuento todo lo que
no cuenta nada y nada de lo que de verdad es importante, de lo que me atormenta por dentro.

Por eso, cuando descubras esta rutina, no te dejes engañar por mis palabras: escucha bien
lo que te digo, lo que quisiera decir, lo que necesito decir, pero no logro expresar.

A veces parece que, cuando más te acercas, tanto más me rebelo contra tu presencia. Es algo
irracional, pero es así: lucho contra lo que necesito . ¡Así es a menudo el ser humano!.

Ayúdame a derribar estas barreras con tus manos fuertes, a la vez que delicadas, porque un
niño es siempre algo muy frágil. ¿Quién soy yo?, te preguntas. Soy alguien a quien conoces
muy bien. Soy cada persona que encuentras. Soy tu mismo.